Por Manuel Barreto - 25 de noviembre de 2023 12:11 am
Este régimen demagogo y manipulador propició la mediocridad, el desinterés, el desapego, la baja autoestima, la negligencia, la corrupción, el conformismo y el temor del ciudadano, hasta con la suprema ironía de llamarle “Soberano”.
De manera irresponsable, experimentó con medidas antieconómicas y populares que en un principio favorecieron al pueblo, para posteriormente condenarlo a sistemas de racionamiento; ubicando la política por encima de la economía. Este gobierno, de manera cínica y descarada, a lo largo de estas dos décadas, prometió abundancia y engendró miseria, prometió libertad y engendró servidumbre.
Quedará entonces para la posteridad aquella cruda sentencia del ahora gobernador de Miranda, cuando era ministro de educación, Héctor Rodríguez, quien en un arrebato de sinceridad exclamó: «No es que vamos a sacar a la gente de la pobreza para llevarlas a la clase media y que pretendan ser escuálidos»… Porque, en fin de cuentas, ignorante es aquel que se siente feliz cuando sus “líderes” deciden por él, cuando este régimen le de lo que considera cubre sus necesidades.
Tal cual aquella plebe romana que se alborozaba y se sentía satisfecha cuando pedía pan y circo. Lamentablemente esa demagogia logra su cometido cuando los ciudadanos no han alcanzado su mayoría de edad y eso se observa que prefieren obedecer a pensar por sí mismos, o cuando sus intereses particulares triunfan sobre los comunes o generales. Y son el miedo y la flojera los que nos lleva a esta situación, y resulta evidente que no se puede transitar la ruta hacia el desarrollo como sociedad sin dejar atrás las causas del atraso.
Entonces, se hace menester repetirlo una y otra vez: Un ciudadano con derechos, pero ignorante no sabe qué significan sus derechos, no sabe exigir su cumplimiento y, peor aún, ni siquiera distingue cuando los pierde. Por eso una persona ignorante puede ser presa fácil de esas ofertas demagógicas que prometen cosas en vez de explicar cómo se van a cumplir los derechos establecidos en la Constitución; y recordemos que es la «pobreza de espíritu» lo que induce a compartir y creer en su propia impotencia, desesperanza, apatía y resentimiento.
La calidad de la ciudadanía es un fundamento de la democracia, pero a la vez, un resultado. Una ciudadanía más educada, mejor organizada e informada, se constituye en el mayor garante de su funcionamiento y de la institucionalidad. Ahora bien, si la demagogia encuentra con facilidad un campo propicio para germinar, crecer, desarrollarse y lamentablemente reproducirse, ¿Qué podemos hacer?
Se hace obligatorio repetirlo una vez más.
La respuesta es fácil; el logro, sin duda, muy difícil, pero no imposible: educar al pueblo para que comprenda que nada en la lucha por la vida se consigue por azar, porque «me toca por derecho» o «porque alguien me lo quitó»; que todo se construye con esfuerzo, dedicación y trabajo, que el facilismo, el paternalismo y la fractura social a cambio de votos han sido, son y serán una oferta lastimosa; que un pueblo se engaña cuando acepta como dádiva la redención sin hacer nada, que tan sólo mediante la promesa cumplible de la creación eficiente de nuevas fuentes de trabajo, de una verdadera distribución de la riqueza -conscientes de que llegó el momento de acabar con el mito de la presunta riqueza venezolana- y del esfuerzo y compromiso de todos por colocar a nuestro país en el sitial que se merece, podremos salir de este lamentable ciclo.
Nuestra sociedad que parecía adormecida y sumida en el conformismo después de más de dos décadas de disparates que nos llevaron a este terrible marasmo, parece estar dejando a un lado la modorra, para decir basta al abuso del poder por medio de múltiples manifestaciones de descontento. El tejido social deshilachado por la perversidad del régimen comienza a tejerse con la fibra de la esperanza. El despertar resulta un concepto polisémico un tanto complejo de entender. Para los científicos sociales puede ser ese proceso de transformación interior en el que se empieza a tomar conciencia de sí mismo. Despertar es abrir los ojos a la realidad que siempre ha estado ahí, pero que costaba ver por las distorsiones y las manipulaciones de un sistema perverso.
Ahora “el soberano” parece despertarse de tan absurdo letargo, y con soberana arrechera parece entender que resulta más saludable un gobierno que dé trabajo a, que uno que les mantenga con paupérrimas bolsas Claps surtidas de promesas… ¡y pasando trabajo!, pues se trata de una mayoritaria ciudadanía sana pero confundida, tal vez ignorante pero no estúpida, ingenua pero no idiota, que se ha desengañado de tanta demagogia barata, que se desilusionó de las vanas promesas de este régimen arbitrario y mentiroso. Así lo escuchamos en Maturín y también en Mantecal. Y así lo clama en sus cuatro puntos cardinales, un país que ha despertado de tan prolongada pesadilla